Me deshice del traje de novia, hice con él un envoltorio y lo guardé en el fondo del ropero acordándome de mi madre, pensando: Al menos estos trapos me servirán de mortaja.
Así era, sin duda. A diario veía a las mujeres árabes arrebujadas dentro de aquellas prendas anchas sin forma, esa especie de capas amplísimas que cubrían la cabeza, los brazos y el cuerpo entero por delante y por detrás.
Entonces mi madre dijo: Vale pues, os doy bocadillos, os los envuelvo en papel albal, un bocadillo de jamón y queso para ti, y un bocadillo de chorizo para ti, yo que sé, lo que sea ¿no?