Marilla era una mujer alta y delgada, angulosa y sin curvas; su cabello oscuro dejaba entrever algunas hebras grises y siempre estaba recogido en un pequeño moño con dos horquillas agresivamente clavadas.
Contemplé en él mi reflejo, observé que un par de mechones se me habían escapado del moño, los coloqué en su sitio; aproveché para pellizcarme las mejillas y dar al rostro aburrido un poco de color.