Pero desde que la señora Forbes se hizo cargo de nuestro destino nos servía en un silencio tan oscuro, que podíamos oír el borboriteo de la sopa hirviendo en la marmita.
Cuando ella terminó con la marmita, y él con la jarra de café, ya ambos habían intentado e interrumpido varios temas, no tanto porque de veras les interesaran, como por eludir los otros que ni él ni ella se atrevían a tocar.
Si matan sus caballos para obtener carne, es que los soldados carecen de alimentos; cuando no tienen marmitas y no vuelven a su campamento, son enemigos completamente desesperados.