Juntos escuchábamos a la banda de música del quiosco del parque del Oeste y remábamos en las barcas del Retiro en las mañanas de domingo que hacía sol.
A través de los cristales polvorientos del bar Marítimo alcanzamos a ver algunos amigos sobrevivientes, que empezaban la vida otra vez en la primavera radiante de la tramontana.
Pero el día era resplandeciente y tibio, y en medio de la claridad, del rumor del viento que empezaba a levantarse, yo me sentía con renovadas fuerzas para esperar.